“Dora la Exploradora y Rayo MacQueen se metabolizan.”
Autores:
Marta Audi. @campanilla_fitness
Josean Sancho. Entrenador ECN . @joseansancho
Quien tiene hijos o sobrinos pequeños, imprescindiblemente conoce a estos dos personajes de dibujos animados.
Dora es una niña de unos 5 años que trata de enseñar cosas muy sencillas a los niños, siempre bien pertrechada de su mochila…! mooochila, mooochila!, aun repiquetea en mi cabeza el dichoso soniquete de la cancioncita de marras acompañada del coro de niños que la respondían cuando preguntaba sobre qué iba a utilizar para saber llegar a un nuevo sitio: “el maaaapa”, ¡el mapa, el mapa!
En el otro lado del cuadrilátero, Rayo McQueen el rey del asfalto, pura resistencia y potencia.
Bien, ahora mete a Dora y a Rayo en la misma aventura. Una comedia que acabó, por poco, en tragedia.
No pain no gain. ¿Recuerdas? Pasaron los meses entre el body pump y el spining. Fui perdiendo peso, ya menos de 70 kilos, pero las tan ansiadas formas no aparecían. ¿Qué pasa con ellas? Estaba claro, el centro de “entrenadores cirujano” tenían el secreto, por eso costaba tanta pasta. Si me hubieran dado un euro por cada vez que miré el teléfono a ver si había alguna actualización del tipo “nuevo culo transformado”, me hubiera podido pagar una cirugía. Si en internet buscas algo, ten por seguro que lo vas a encontrar y con ello retroalimentarás tu ego, tus fantasías, creencias e incluso fantasmas, creando un mundo de ideas que luego no tienen nada o muy poco que ver con la realidad.
Armada con la sonrisa de Marta, y una mochila a la espalda, cual la dichosa Dora, entré al centro de entrenamiento personalizado. Hola, soy “María”, dije tímidamente, casi como si debiera algo al entrar. Quiero entrenar con vosotros.
Se me asignó un entrenador personal, él iba a ser quien me iba a acompañar en los casi tres años que estuve bajo su dirección.
El ambiente era de exclusividad total, podías sentir que “te hacían un favor” dejándote entrar allí y pertenecer a tan selecto club. Cuando me preguntaron por mi objetivo, la respuesta fue de manual…” quiero perder tripa y un culo bonito”, como todas, aunque tal vez lo disfracé con un “quiero tonificar y ponerme en forma por salud”.
Sea como fuere, una vez a la semana, me llevaba una paliza de circuitos basados en saltos, burpees (los odias o los amas, no hay término medio), sentadillas sin peso, y saltos al puñetero cajón, además de todo tipo de ejercicios, eso sí, siempre a tope, no pain no gain.
Aguanté el tirón de los primeros meses, y seguí complementando ese entrenamiento personal con body pum, spining y pilates. Un total de cinco a seis días a la semana de entrenos llevando el corazón y el cuerpo a full. Para complementar las semanas que me iba de vacaciones o puentes, mi entrenador personal me mandaba por whatsapp circuitos, así que fui comprando sacos, cuerdas, ketelbells, y todo tipo de cacharros. En cuanto a la supervisión de cómo hacía todo aquello…cero, sobre cómo llevar mejor la planificación a medio plazo, cero, y sobre la dieta cero, sobre cuál era mi contexto vital y adaptar mi entrenamiento a ello, cero, adaptar mi entrenamiento a algo distinto cuando tenía las piernas molidas, cero, era como si quisiera guardarse el secreto. Eso sí, recriminarme, entre bromas, que sino bajaba de peso no aparecerían las curvas por la hamburguesa del fin de semana, estaba a la orden del día, aunque le jurase que solo la había visto en fotografía. El secreto…DICHOSO SECRETO, el secreto es el TIEMPO y entrenar como un …. No me adelanto, no se me tache de spoiler.
Al año, mi esposo empezó a acompañarme a los entrenamientos. Aficionado al boxeo, dejó los entrenamientos nocturnos del rin, por los metabólicos de tarde conmigo.
Y ahí estábamos los dos, Dora y Rayo, entrenando exactamente el mismo circuito y exigiendo la misma intensidad, repeticiones y tiempos. Evidentemente llegó lo inevitable, contar mal las repeticiones, falsear los movimientos, mentir en las vueltas al circuito…Dora, la que nunca miente, mentía como una bellaca, mientras Rayo McQueen brillaba en el circuito. Empecé a frustrarme en las clases.
Por otro lado, poco a poco empecé a aparecer por la sala de hierros, y a juguetear con ellos. Recuerdo la primera vez que hice sentadillas con la barra de 20 kilos, en vez de la hueca de body pump. Me hizo una ilusión enorme ver que podía hacer unas cuantas repeticiones. Ilusionada se lo contaba a mi entrenador, pero éste, pasaba, hoy día lo entiendo, no le interesaba ni que yo aprendiera ni evolucionara fuera de su alcance, pues dejaría de ser su clienta.
Yo quería aprender, quería mejorar, y había algo que me llamaba, tiraba de mí sin saberlo, como cuando una escucha una melodía en la lejanía que, sin ser consciente de ella, provoca que empieces a tararearla. Era la llamada de los hierros, de los de verdad. No había dejado de investigar y había descubierto que las mujeres, tal como decía aquella youtuber venezolana, tenían que trabajar la fuerza. ¡Pero qué equivocada estaba en el concepto “fuerza”!
Soy profesora de música, y desde que tengo memoria siempre tuve profesores, así que en esto seguía buscando quien me enseñara. De mis investigaciones en las redes vi que tenía en mi propia ciudad, un asesor en nutrición y entrenamiento de los que tienen miles de seguidores en Instagram. En una cafetería, y 50 euros de por medio por el asesoramiento mensual, sin ninguna otra anotación de importancia más que conocer mi peso, estableció un plan de entrenamiento y de dieta. Los entrenamientos, decenas de series y ejercicios, explicados con enlaces super técnicos de evidencias científicas, era la forma de enseñar a realizarlos, por otro lado, la dieta, era tremendamente compleja, pues se basaba en la ciencia aplicada a mi ciclo menstrual, por lo que dependiendo de la fase del ciclo (antes, durante o después de la regla), y dependiendo de si entrenaba o no, tenía que moverme entre 1200 y 1600 calorías, con tan poca grasa que un puñado de cacahuetes ya sumaría el total diario. Todo ello convenientemente avalado por 30 páginas de explicaciones científicas. Será que soy rubia y por lo tanto tonta, pues ni mi carrera, ni la oposición que aprobé como número uno, me daban para comprender y manejar todo aquello. Y no, tampoco estaba incluido en el precio la posibilidad de mandarle vídeos para que me corrigiera, bien podía estar haciendo media sentadilla culeando como una culebra, que al parecer daba igual. Dos meses, 100 euros, costó aprender que ese no era el camino – para llorar y pedir que se me devuelva todo el dinero, el tiempo ya es imposible recuperarlo. Ahora, y sin querer adelantarme a la historia, ¡como 1800 calorías…! ¡para adelgazar!
Tres años donde, los 5 a 6 días de entrenos distintos a la semana, y ver crecer a mi hijo de bebé a renacuajo saltimbanqui fueron todo uno. La báscula arrojaba un número mágico: 60 kilos. Ya parecía otra cosa, pero… ni el culo hacía acto de presencia sino era con el pantalón adecuado, ni las cartucheras se iban de paseo con Dora y su puñetera mochila.
Estaba frustrada y a mi entrenador parecía que le daba igual. La culpa era mía por las hamburguesas y pizzas que decía, entre vaciladas, que me comía los fines de semana. Mi moral cada vez estaba más por los suelos.
Hacía un tiempo que no dormía en condiciones. Apenas tenía hambre y otras veces, me comería cualquier cosa, me sentía sin energía, irritable y con cambios de humor que empezaron a pagar los de mi alrededor. No sabía qué me pasaba, lo iba a descubrir en breve.
“Dios aprieta, pero no ahoga”- dicen, y creo que aquel día, en el que iba paseando por mi barrio, aflojó el nudo. Necesitaba algún suplemento deportivo…estoy hecha polvo, por lo que entré en una tienda del sector. El vendedor, un impresionante joven, cachas como Rambo, también hacía las veces de entrenador, así que, a la desesperada, Marta, la incontrolada, lo soltó: “¿tú me enseñarías y llevarías mis entrenamientos?”; más claro y directo no pudo ser “yo no entreno a mujeres”, pero… clavó una chincheta en el puñetero mapa de “Dora”: “pregunta en el Club Vip de la Escuela de Culturismo Natural, quizás ahí te puedan orientar”.
Mi querida María casi colapsó cuando entró en la página y vio en portada a un culturista enorme, Jaume Joan, acompañado del director de esa escuela, Roberto Amorosi .
El toque femenino lo daba Mónica. Hice el pertinente trabajo de campo: ¡Era madre de un niño como el mío, pero ella más mayor que yo! Irradiaba todo lo contrario a la imagen de “mujer culturista dopada” al igual que las otras mujeres que aparecían en la web, todas “atléticamente bellas”.
La guerra entre ambas se desató:
- Vamos a ver Marta, qué carajo haces mirando una web de culturistas, por muy “escuela” que sea, es decir, pasamos del body pump y la elíptica a un entrenador personal de lo más exclusivo y ahora vas a meterte en ese mundo de “machunos” y ¿además seguro que dopados?
- Que no son dopados María. Fíjate la de vídeos que tiene Amorosi en plan talibán antidoping, además continuamente expone cosas sobre técnica, y temas que se me escapan como “reset metabólico”, ganancia muscular, “Prileprim”, entrenar lo menos posible, hasta le he visto comerse helados y hamburguesas – respondió Marta.
- María se quedó con lo más importante: ¿Cómo es eso de entrenar lo menos posible? ¿Helado? ¿Hamburguesa?
- Marta sacó pecho: Yo les voy a escribir, total, con lo que pago por una sola hora de entrenamiento personal, tengo para dos meses enteros en ese club, aunque sea online.
- ¡En el cuestionario de solicitud te piden argumentos para convencerles…! ¡Marta, que eres yo!, ¡eres “una Sra. María”! Tú lo flipas, te vas a llevar un nuevo “no”, o un silencio administrativo, ¡LUEGO NO LLOREMOS, QUE ESTOY HARTA DE HACERLO! – sentenció María.
Un email automatizado entró en mi correo. “Su mensaje ha sido enviado correctamente”