”El elefante rosa».
Autores:
Marta Audi. @campanilla_fitness
Josean Sancho. Entrenador ECN . @joseansancho
Cargada con todo el conocimiento adquirido en youtube y con la seguridad de haber tenido ya una entrenadora personal. Empecé a ir al gimnasio a hacer eso a lo que llamaba entrenar.
Superados los primeros pinitos entre máquinas, barras, “Marianos” y “Marías”. Empecé a tener expectativas, y dentro de mí la rabia e impotencia empezaron a transformarse en fuerza.
“Estoy hasta el moño de ser la gorda del gim”. Nadie dijo que lo fuera, es un pensamiento que se construye cuando María vive lo que se cuece en sala de fitness: un baile de decoros, miradas y muestras de habilidad, flexibilidad, velocidad…a los que se le suman pieles húmedas, algún gemido que otro (a veces cual orgasmo) y tirones de fuerza bruta por parte de los “Marianos” de la esquina del hierro pretendiendo marcar territorio machuno. María en todo esto… no pinta nada.
Para mí, la sala de fitness era un mix entre:
- lo que Marta veía: lo que podría ser la habitación con los “aparatejos” que una imagina al leer “Cincuenta sombras de Grey”,
- o a lo que a María le recordaban sus viernes con 18 años: una discoteca de tarde donde los hits reggeaton le revientan los tímpanos y un mercado, parecido al pasillo del instituto, donde se valora la carne, ignorando el silencio tenso de aquellos que no entran en la subasta. “Ya estoy, casada, con un hijo, floja y solo apta para destacar en la crianza y la enseñanza”.
Por todo ellome sentía pesada. Vestía un chándal marca blanca e intentaba disimular las odiadas lorzas y mi culo carpeta, algo que no reñía con mi sentido de la coquetería. Marta no bajaba la guardia y seguía la guerra de juego de tronos con María, “no vas a imponerte… somos un elefante, pero María, no somos grises, somos rosas, y a partir de ahora llevaremos tutú”.
Tras el trabajo y la guerra psicológica entre las dos para ver si gana el ir al gimnasio o el sentarse a MERENDAR, Marta empieza a ganar la batalla de la constancia a pesar de llegar a la sala jadeando tras subir el primer tramo de escaleras y no soportar ninguno de los ejercicios de cardio.
A esa primera dosis de frustración, le sumo el agobio de las miradas atentas y las correcciones interesadas de los entrenadores de sala, a los que, si atiendo, van a ir de la mano del sermón de ventas: “Oiga Señora que le vendo un bono de 10 sesiones”- como si fuera un Spa.
Pero es que, además, se añaden los cruces de miradas de ellas y ellos con ese saberse lucir de algunos cuerpos que parecen esculturales. “Las guapas” que se lucen, los modelitos ajustados, los tops sin camiseta, el selfie, el trago de agua con melena atrás y pecho arriba y el chorrete, que no sé si es sin querer, cayendo buscando el túnel del escote, ¡el cachas de Mariano que se acerca y aconseja…! ¡Me mareoooo…!
Aun y todo seguí adelante, estableciendo una rutina de entreno frecuente, un míx entre elíptica duerme pies y circuitos tutifruti inspirados en youtube.
Así gané mi primera batalla como Marta, decidiendo dejar de ser la gorda del gim para convertirme en bollitopower. Iremos al gim, más y mejor– era la consigna.
Seré el elefante rosa. Con ropa bonita, colorida, alegre y que le den a las lorzas.
Marta 1 – María 0.